P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles
Un sábado, Jesús entro a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: <<Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado>>. Después dijo al que lo había invitado: <<Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!>> (Lucas 14, 1. 7-14)
Hemos celebrado con mucha alegría la ordenación de dos hermanos diáconos en tránsito al sacerdocio y que hoy son sacerdotes, presbíteros de nuestra iglesia diocesana de Talca. Cada uno de ellos, realizará su misión en diversas comunidades en la cual actuarán en persona de Cristo, tendrán la tarea de anunciar el Reino de Dios en un tiempo muy complicado para la fe. Agradecemos este hermoso regalo para el bien de nuestras comunidades que podrán celebrar los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía que tanto bien hacen al espíritu de cada persona y a la comunidad cuando se vive lo que se cree.
Y desde este acontecimiento podríamos mirar este texto que se nos regala. Podríamos pensar que, a partir de la ordenación, nuestros hermanos y todos los sacerdotes están más cerca de Dios, como dice muchas veces las personas. La vida sacerdotal, si bien es un privilegio por la elección que hace el Señor de hombres bien dispuestos para que toda su vida la dispongan para el servicio, no es para tener garantías que estén por encima de todo el pueblo de Dios. Su disposición permanente debe ser la de hacerse servidor, un hombre que busca la palabra del Señor, la escucha y la medita para luego entregarla con cariño a todos los que deseen recibirla con fidelidad al Maestro, cuando la pronunció y, con la actualización que se merece al tener que practicarla en este momento histórico.
La vida de un sacerdote debe ser siempre una actitud de discípulo, que está atento al maestro, para escucharlo, para guardar sus gestos, para ir haciendo propias las enseñanzas que tiene para todos los hombres y mujeres del mundo. Para que como en las Bienaventuranzas puedan recibir buenas noticias cuando vemos que abundan las malas noticias, y para alimentarlos verdaderamente con el pan de la vida que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Eso amerita una actitud de hacerse pequeño, de no buscar los primeros asientos en el banquete, sino de contemplar desde lejos, pero dentro de la comunidad, para transmitir únicamente aquello que el Señor tiene preparado para su pueblo.
Y la permanente actitud, que se lee en este evangelio que recibimos hoy es aquella en la que un sacerdote debe ser un Hombre de Comunión. Es lo que define su modo de ser y actuar. Alguien que cree profundamente y entra en el corazón del padre, pero a su vez cree profundamente y entra en el corazón de la comunidad para que sus sentimientos entre ellos sean los mismos que sienten por su Padre Dios.
El Evangelio de hoy nos invita a cada uno a ubicarse, a tomar conciencia de que delante de Dios somos todos iguales, por lo tanto, no querer aparecer como más importantes, sino que todos a la misma distancia, que la cercanía la da el amor que podamos sentir y expresar en todo lo que hacemos y vivimos de compromiso concreto en la construcción del Reino de Dios.
Vigésimo segundo domingo del año, domingo 28 de agosto.