Chile fue, al inicio de su historia eclesiástica, una Vicaría Foránea dependiente del Obispado del Cuzco y de Charcas, siendo Santiago tan sólo una parroquia de ellos. En 1561, el Papa Pío IV a instancias de Felipe II, eleva a la categoría de sede episcopal a Santiago y le solicita al bachiller Rodrigo González de Marmolejo que asuma el obispado. Esta Diócesis abarcaba un territorio de 15.514 km cuadrados, lo que significaba enormes dificultades, a la hora de iniciar un proceso de evangelización serio y, de poder llegar con la atención pastoral y espiritual no sólo a la población española sino a la población indígena, principal preocupación de la Iglesia.
En nuestra Región del Maule la propagación del Evangelio tampoco estuvo exenta de dificultades y la labor evangelizadora estuvo a cargo, en una primera etapa, del llamado cura doctrinero quien dirigía una Doctrina. La Doctrina comprendía una amplia zona geográfica y era atendida por un cura evangelizador, quien se preocupaba de las necesidades espirituales de sus habitantes, fuesen éstos aborígenes o españoles.
Las primeras órdenes religiosas en el Maule
A pesar de que alrededor de los españoles que llegaron a América y a Chile, se ha tejido una leyenda negra en torno a su figura -atribuyéndoles ansias de codicia desmesurado y trato despótico e inhumano con los aborígenes- no puede desconocerse también que eran hombres profundamente religiosos. A pesar que las leyes de Indias prohibían terminantemente la fundación de un convento donde hubiera presencia de un sacerdote o un clérigo, tal norma nunca se cumplió a cabalidad. Prueba de ello es que la primera fundación conventual en nuestra región, se establece en Curicó con el convento mercedario de Chimbarongo, el cual se erigió bajo la advocación de San Juan Bautista, en tierras donadas por don Juan Bautista de Porras. Los Mercedarios son los primeros en llegar a nuestra región en 1612.
Luego vienen los Agustinos en 1618, cuando don Guillén Asme de Casanova hace donación a los Agustinos de una extensa franja de terreno, la llamada hacienda de Pichinguileu. Sin embargo, la mayor donación hecha a los Agustinos, proviene de doña Isabel de Mendoza en 1651, quien les entrega la estancia de Talca o Talcamo que será el terreno sobre el cual se fundará por vez primera la Villa de San Agustín de Talca.
Por su parte, los Jesuitas llegan a la región en 1639, recibiendo la donación de la Hacienda de Longaví en ese mismo año, instalándose poco después en la naciente Villa San Agustín, en donde solicitaron al Oidor de la época, don Marín de Recabarren, tierras para establecer una nueva fundación.
Los Franciscanos, mientras tanto, llegan a nuestra región en 1691.
Nacen las parroquias
Fruto del establecimiento de los primeros conventos, se origina en torno a ellos una población más numerosa, lo que exige una atención más permanente en el ámbito del servicio religioso, viéndose obligada la Iglesia a crear otra institución de carácter más “sedentario” donde el sacerdote tenga una residencia fija. De esta manera surgen las parroquias, las que comprenden un territorio geográfico determinado y que estarán a cargo de párrocos con residencia permanente.
Las parroquias más antiguas de nuestra región del Maule son las de Vichuquén, que ya tenía párroco hacia 1650 ó 1679, luego viene la Parroquia de Talca erigida el 28 de mayo de 1680 y posteriormente, la Parroquia de Peteroa, en 1694.
Creación de la Diócesis de Talca
Después del advenimiento de la Independencia Nacional, el territorio de Chile sufre grandes cambios. De esta manera, el 30 de agosto de 1833 se crea la provincia de Talca, bajo cuya jurisdicción quedan los territorios comprendidos entre los ríos Mataquito, Lontué, Colorado y Maule.
En este contexto histórico de floreciente progreso económico y consolidación política, se dejan sentir las primeras peticiones para la creación de una Diócesis en la Región del Maule, agregándose otro factor, además, que tiene que ver con la precaria atención espiritual que se prestaba a esta región, debido a que se encontraba situada en las fronteras de las obispados de Santiago y Concepción. Será entonces durante la época republicana, que se realizará una serie de peticiones cuya finalidad será obtener de la Santa Sede una autorización que permita erigir un obispado en esta región.
De esta manera, en 1821, el gobierno nombra al sacerdote chileno José Ignacio Cienfuegos como enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante la Santa Sede el que, entre otras cosas, recibe instrucciones de solicitar a Su Santidad, que la iglesia de Talca sea erigida en Catedral. Posteriormente, en 1870, a raíz de la fundación del Seminario San Pelayo, se expresa la inquietud de crear un obispado de Talca. La causa no prospera sino hasta 1910 cuando el arzobispo de Santiago decide elevar a Talca a la categoría de Gobernación Eclesiástica, con el presbítero don José Luis Espínola Cobo a la cabeza.
Posteriormente, el Papa Pío XI, a petición del Nuncio Apostólico en Chile y del Arzobispo, de Santiago, decide desmembrar parte del territorio del Arzobispado de Santiago para erigir una nueva Diócesis a través de la Bula “Apostolici Muneris Ratio”, de fecha 18 de octubre de 1925, creándose con ello la actual Diócesis de Talca.
Como primer obispo de Talca se designa a mons. Carlos Silva Cotapos, quien asume el 16 de abril de 1926, gobernando hasta el año 1939, en que le sucede mons. Manuel Larraín Errázuriz, a quien le corresponderá organizar la vida diocesana. Durante su periodo se construye el templo Catedral de Talca. Don Manuel fallece en un accidente automovilístico el año 1966. El 05 de marzo de 1967, asume como nuevo obispo mons. Carlos González Cruchaga. Posteriormente, don Carlos le entrega la Diócesis a mons. Horacio Valenzuela Abarca, el 05 de enero de 1997. El obispo Valenzuela permaneció en la Diócesis 21 años, hasta que el Papa Francisco nombró el 28 de junio del 2018 a Mons. Galo Fernández Villaseca como Administrador Apostólico de Talca.